Réquiem por el Azul, el estadio que no quiere decir adiós
Fecha: 15/10/2017
Hora: 09:42 hrs.


La cancha de fútbol más antigua de la Primera División de México alberga su último clásico antes de ser demolida el próximo año

Podría parecer un partido normal, pero no lo es. Las banderas ondean en el estadio, las camisetas con el nombre de los ídolos inundan los accesos a la cancha y el humo de las fritangas seduce a los aficionados que sucumben ante las delicias de una taquería improvisada. En el aire hay nervios, hay locura y hay pasión. Hoy no se puede perder. El Cruz Azul juega contra el América, el rival más odiado por la afición local. También hay nostalgia. Y es que esta tarde se disputará el último clásico en el estadio Azul que, después de siete décadas de historia y 20 años como casa de la máquina celeste, será demolido el próximo año para dar paso a un centro comercial.

"¿Qué sentiría usted si le quitaran su casa después de 40 años?", pregunta Maura Cruz, una vendedora de dulces de 77 años. "Uy joven… Son tantas historias, cómo no lo voy a extrañar, pero ¿qué hace uno?", agrega después de una larga pausa y regresa a la venta, como cada dos semanas de los últimos 45 años.

El puesto de Cruz está en un sitio estratégico, a unos metros de la puerta 1, donde aparca el autobús del equipo para que los jugadores salten al campo. Ahí espera Emiliano, de 14 años, con ansias de ver a sus ídolos. Sabe que no habrá autógrafos ni fotos con los jugadores, pero quiere verlos de cerca.

Todos le gustan, pero sólo uno es su favorito, Christian Chaco Giménez. "Qué tristeza verlo derrumbado, con toda su historia", lamenta. Entre las tristezas hay una alegría: su mamá y él se harán un tatuaje de Cruz Azul, si sale campeón. Otros aficionados aseguran que les daría un infarto o que, simple y sencillamente, se volverían locos.


El estadio Azul es diferente. La cancha de fútbol más antigua del país se fundó en 1946, 20 años antes que el Azteca y seis años antes que el Olímpico Universitario. Es, además, mucho más pequeño que los otros y está prácticamente incrustado en la colonia Nochebuena, una céntrica zona residencial de la Ciudad de México. Muchos aficionados capitalinos nunca verán a los futbolistas más de cerca, tanto fuera como dentro del inmueble.

Esa cercanía tiene su precio: no tiene estacionamiento ni los lujos de los campos más modernos y cuando el club no anda bien, la presión se hace sentir. "Se pone muy pesada la zona en la que llegábamos en autobús, aunque el ambiente con la afición es muy bueno, de eso no nos podemos quejar", comenta Carlos Hermosillo, una de las glorias del equipo celeste en los años noventa. Hermosillo destaca otra peculiaridad: el Azul es un inmenso cráter al sur de la capital.

El césped está 25 metros por debajo del nivel de la calle, en el fondo de un pozo que dejó una antigua compañía ladrillera. "Después de los 90 minutos teníamos que subir más de 100 escalones para salir", cuenta el máximo goleador cementero. Aquel terreno minado se convirtió en el lienzo de la vieja Ciudad de los Deportes, un ambicioso complejo deportivo del que solo quedan el Azul y la plaza de toros México, la más grande del mundo.

Sobre el túnel que une a ambos colosos, en el que aflora un manojo de mitos urbanos y leyendas de fantasmas penitentes, la familia de Francisco Luna tiene un puesto de tacos que abrió sus puertas a la par que el Azul. "Muchos comerciantes están preocupados porque viven de esto, 300 familias dependen del estadio y no todos saben si tendrán sitio cuando se mude el equipo", comenta Luna.

El Azul es un estadio familiar. En la zona de la porra local hay decenas de puntos amarillos: familias americanistas y matrimonios divididos por los colores de sus equipos. Hay otras, como Frida, quien a sus siete meses no le dieron más opción que usar la camiseta azul de papá, aunque su mamá no esté de acuerdo. "Yo te sigo a todas partes, aunque no salgas campeón, crema te conocemos, crema eres cagón", gritan a unos metros los miembros de la Sangre Azul, la barra del equipo, que saca pecho de las últimas tragedias del club que no ha ganado un título de liga en 20 años. Si hay una buena noticia del cambio de estadio es que Cruz Azul consiguió siete de sus ocho campeonatos en el Azteca, su casa para la próxima temporada. La mala es que la compartirán con el América, su acérrimo rival. "Lo importante no es con quién comparta el estadio, sino que le gane", afirma Hermosillo.

Antes del silbatazo inicial, los jugadores locales pasan por un altar de la Virgen de Guadalupe con un niño dios vestido de azul y blanco. Afuera de los vestidores, las gradas son una fiesta de 33.000 espectadores. El estruendo de una máquina cementera se convierte en el grito de guerra del equipo y miles de fanáticos agitan pañuelos para alentar a sus futbolistas. Todos son silbidos cuando se anuncia la alineación del América y gritos de alegría cuando suenan los nombres de Jesús Corona, Édgar Méndez y Chaco Giménez. A Agustín Marchesín, el portero visitante, lo silban, lo abuchean y le dicen de todo: que es un "culero", un "pendejo" y un "puto".

Los celestes ponen al América contra las cuerdas durante los primeros minutos de juego. El primer grito de gol se ahogó en la tribuna por un tanto anulado a Felipe Mora por fuera de juego. "¡Carajo, si no la tocaba era gol de El Chaco!", lamenta Manuel Martínez, de 74 años, que analiza cada jugada como si fuera la última y no es para menos: viajó 800 kilómetros desde el puerto de Manzanillo para ver el último clásico en el Azul.

Miguel Piojo Herrera y Paco Jémez protagonizan su propio espectáculo en la zona técnica. "¡Ya cállate, Piojo!", reprocha Leobardo, que acude religiosamente a su asiento frente a la puerta 9, junto a sus amigos y su vendedor de cerveza de confianza. Minuto 18. Gol de los visitantes y la sonrisa pícara de una aficionada americanista pasa desapercibida ante un estadio enmudecido. Cinco minutos más tarde, 0 – 2. Manos a la cabeza, caras largas, muchos cigarros prendidos.

Los aficionados en los edificios aledaños, uno de ellos con más de 10 pisos por encima del nivel del estadio, sacan la cabeza para alentar a su equipo y pedirle que no bajen los brazos. Se pide un penal, se recrimina una amarilla a Méndez por reclamar, se protesta el paso cansino del visitante que juega con el reloj: "¡Árbitro vendido, chinga a tu madre!". Nadie se acuerda de que el América, el Atlante y el Necaxa fueron los primeros equipos en ocupar el estadio en la lejana década de los cincuenta. Hoy y desde 1996, el Cruz Azul es el local.

Se acaba el tiempo y la paciencia. Dos aficionados están a punto de irse a los golpes y tiene que intervenir la policía. Algunos se aburren y promueven un intento de ola fallido. De pronto, todo cambia. Penal a favor del Cruz Azul. La gente se levanta de sus asientos. Algunos se llevan las manos a la cabeza, otros no quieren ni ver. Minuto 79. Gol de Méndez. Quedan 10 minutos y la prórroga para creer. Revive el Azul.

Pero la esperanza dura poco. Mateus Uribe mete el tercero a segundos de que termine el partido. Gran parte del público se va antes del silbatazo final. Cruz Azul perdió el partido que no podía perder. Aun así, un grupo de fieles baila fuera del estadio al compás de los bombos y las tarolas antes de que caigan las primeras gotas de lluvia: "Oe, oe, oe cada día te quiero más". La afición celeste ya planea su revancha. Tal vez sea en el Azteca, tal vez en la liguilla o tal vez con un título antes de abrir el penúltimo centro comercial de la capital.

* Usuario, Fecha y Hora de Creación: ID2 - 15/10/2017 - 09:49:18 hrs.
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